miércoles, 19 de junio de 2013

Catersis



     Normalmente andamos por la vida emitiendo juicios que, sin medir las consecuencias, acariciamos con espinas las heridas de otros.

     Cuando nací mis padres eran de una edad avanzada, sobre todo para tener hijos. No estaba en sus planes tener hijos, por razones casi obvias.

Los abuelos que llegué a conocer también eran adultos muy mayores. 
A menudo escuchaba de mis compañeritos que si mi mamá era mi abuela, porque se parecía a sus abuelas. 

     Una vez en una consultorio una señora me preguntó si no era difícil tener una mamá tan mayor porque seguramente era muy “jodida”, lo que no sabía nadie es que era lo mejor, porque mi mamá decía “cuando el anciano recuerda su juventud, le dice al joven que haga lo que se le dé la gana”, por su puesto, una metáfora con respecto a las represiones, no al libertinaje. 

     Todo lo que me enseñó mi mamá lo hizo con un cuento y una canción.

Como viví con mi mamá y mis dos abuelos -sus padres- me decían algunas personas que yo “olía a viejo”, sin saber que es mi olor favorito.
Para mí es el mejor perfume que pueden tener un libro y la vida, sin contar el queso y el vino. 

     Mis padres aunque no tenían la fuerza de la juventud, tenían esa nívea cosa que solo se consigue con los años: sabiduría. 
Tampoco tenían ya salud, se les había ido a otro lugar y no se dieron cuenta porque estaban muy ocupados trabajando para que sus hijos no pasaran la precariedad de una postguerra.

     Sin embargo, hoy paso la precariedad de su ausencia, y esa creo que es una de las más grandes enseñanzas que me dejaron.

     Tanto así, que mi mamá siempre decía que me quedaría joven sin ellos –físicamente- y me preparaba para eso–como si eso se pudiera hacer- pero fue tan mágica que lo supo hacer y es por eso que hoy puedo escribir esta nota, con pedacitos de limón. 

     Siempre me quejo de los estándares, los estereotipos, lo convencional, lo normal, la sociedad y de esas cosas, típicas de un alma con revoluciones en segundos cósmicos como la mía, entonces me encanta mi historia, es profunda, interesante, diferente y es el motor que me impulsa para poder hacer algo más grande por mí y para otros.

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