Debe estar muy buena la cosa por allá, porque nadie ha regresado para contarlo.

Llegó Mayo, las lluvias, los mosquitos y el rencor, es casi peor que un domingo. Sumergida en muchos anclajes figurativos, no puedo soportarlo, podría desarme de ellos, pero esta angustia le da un poco de movimiento.

En el taller de poesía para esta semana debemos escribir tres poemas en prosa acerca de la muerte. Imagínense hablar de la muerte en mayo –como tener que hablar de la muerte en julio- y en tu semana de cumpleaños.

Son tantas las cosas para decir que de repente parece que no podría decir nada. Son tantas las cosas que encarna que el vacío ahoga, no sé si pueda hablar de ella como merece. 

Esa madrugada la tuve ahí, frente a frente, lo que puedo decir es que es cobarde, espero a que cayera para actuar, creo que también fue por consideración. 

Aunque hoy no me sienta así, sé que a veces ando medio muerta por ahí, pero respiro o al menos creo que lo hago, entonces pregunto si morir es ser alimento para otros, así como la muerte de otros fue alimento para mí,  o ese polvillo del amarillo cuando se entrega al naranja. 

Una muerte imprevista no es menos dolorosa que una muerte anunciada, la muerte de un hijo no es más dolorosa que la muerte de los padres. ¿Cómo mides el dolor? Si la ausencia es igual. Nacer antes no da ventaja de morir antes, me parece un argumento muy pobre, para mi el hecho de estar -o ser- vivos nos convierte a todos igual de vulnerables ante la  muerte.

Hoy quiero hablar de ella como merece, no es tan mala, creo que al igual que el sonido, la obscuridad y el frío la muerte es la ausencia de algo, es la ausencia de vida. Por ser  la muerte una consecuencia no existe propiamente dicha. Es así y no al revés, la vida no es ausencia de muerte, porque hay que morir antes de morir y para vivir plenamente hay que morir muchas veces. 

Es un verbo que encarna en sujeto y los sujetos se convierten en objeto de su despecho, de su materia y de su juego. Me solidarizo con ella, siempre la pintan tan fea, creo que es una amante que va muy bien arreglada, omnipresente, inmortal y a veces invisible.            

La interpretación de la muerte, entre otras cosas, es una cuestión cultural, los occidentales tenemos la muerte relacionada con el dolor y este con la pérdida, porque somos muy apegados a todo, a una blusa, a una casa, a un escrito, a un recuerdo. Aferrarse como muro de protección y contención.

En cambio los orientales  no tienen esa relación muerte-dolor-sufrimiento, algunos en su contemplación y su sensibilidad sufren por la vida, esa angustiosa cosa que no pueden definir y  creen que al morir encuentran esa respuesta y todos quedan en paz porque ya no va a sufrir más buscándola y en algún momento podrán reencontrarse, otros simplemente ven ambas como un escalón más para su misión de existencia y los tranquiliza que al morir van a volver a reencarnar, ambas son parte de un proceso necesario para alcanzar la iluminación. 

Me gustaría aclarar que esta comparación es muy general, igualmente en occidente hay tribus que conservan sus tradiciones culturales en las que celebran cuando alguien muere porque tienen una certeza instintiva de que van a estar en paz, en cambio  lloran cuando alguien nace porque no saben que les puede deparar los misteriosos senderos de la vida.      

Ninguna es mejor o peor que la otra, son diferentes perspectivas, en el caso, cultural -sabiendo que al hablar de cultura encierra muchos otros aspectos- , ni son buenas o malas, son y le funcionan a cada quien, como mejor puede. Es una mirada más profunda y más grande que el pequeño recuadro que tenemos como mapa del mundo o los lentes que usamos para mirarlo, ojalá nos quedáramos ciegos por un momento, los ojos que no ven, miran mejor.